miércoles, 9 de julio de 2008

El descubrimiento del arte prehistórico

Bisonte. Cuevas de Altamira
El Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO, reunido en Québec (Canadá), acaba de declarar al arte rupestre paleolítico de la cornisa cantábrica, como Patrimonio de la Humanidad. Desde 1985 ya formaba parte de esa lista, la más ilustre de todas las cuevas europeas, Altamira (Cantabria), lo novedoso es que, ahora la declaración se amplía a otras diecisiete cuevas repartidas entre las comunidades de Asturias, Cantabria y el País Vasco.

Artísticamente, las pinturas de estas cuevas pertenecen al estilo llamado franco-cantábrico, ya que, aunque no es exclusivo de esta región, las manifestaciones más abundantes e importantes se concentran en Francia y en la cornisa cantábrica peninsular. Cronológicamente, corresponden al Paleolítico Superior, y a las más antiguas se les calcula una edad de 25.ooo años. Junto a la de Altamira, la otra gran cueva de este período es la francesa de Lascaux.

Marcelino Sáenz de Sautuola, descubridor
de las Cuevas de Altamira
La pintura franco-cantábrica se reconoce por una serie de rasgos diferenciadores. El más notable de ellos es el naturalismo, tan sorprendente que llevó a dudar en un principio si eran manifestaciones del hombre prehistórico. La búsqueda del naturalismo llevó a los artistas a valerse incluso, de las protuberancias y salientes de las paredes sobre las que pintaban para producir la sensación de volumen. En general, estas pinturas son estáticas y de gran tamaño, y sólo en raras ocasiones representan a la figura humana, ya que prefieren la figuración de animales como bisontes, ciervos, caballos, etc. Aparecen tanto aisladas como en grupo, y policromadas, en rojo, negro y ocre, rellenando de color toda la figura.

Quizá ahora, con esta declaración de la UNESCO, sea un buen momento para recordar las circunstancias en que se produjo el descubrimiento del arte paleolítico y la inicial desconfianza e incomprensión que suscitó. El descubridor de las cuevas de Altamira fue Marcelino Sanz de Sautuola, médico, botánico y arqueólogo santanderino, quien en 1879, en compañía de su hija María, de doce años, se adentró en el interior de una gruta, en las proximidades de Santillana del Mar, en la que se produjo el hallazgo. Fue María, al parecer, quien llamó la atención de su padre sobre las pinturas del techo.

Un año después, en 1880, dio a conocer el hallazgo, que causó un gran revuelo entre los expertos mundiales. El francés Émile de Cartailhac, lideró la opinión de la comunidad científica, poniendo en duda la autenticidad de las pinturas, por la perfección de las mismas y su estado de conservación. En 1888, murió Marcelino Sanz de Sautuola, sin que su gran descubrimiento le fuese reconocido en vida. No sería hasta 1895, cuando el francés Rivière descubrió unas pinturas similares en la gruta francesa de La Mouthe, que las dudas sobre Altamira se disiparon. Fue entonces cuando Cartailhac y el abate Breuil estudiaron la cueva de Altamira, y el primero de ellos escribió su famoso "Mea culpa de un escéptico", en el que reconocía su error y elogiaba el trabajo y la figura del santanderino.

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