lunes, 29 de septiembre de 2014

Peter Paul Rubens, arquitecto (3ª parte): Rubenshuis, la casa de Rubens en Amberes

P.P. RUBENS. Autorretrato con Isabella Brant (1609-10)
Alte Pinakothek, Munich
Rubens vuelve a Amberes a finales de 1608, al tener conocimiento de la enfermedad de su madre, que fallece antes de la llegada del pintor. Su regreso coincide con la firma de la Tregua de los Doce Años unos meses después, y el inicio de un período de paz para la monarquía española en sus territorios de los Países Bajos. Este acontecimiento inesperado hizo variar sus planes iniciales de regresar a Italia, ya que la firma del tratado permitió abrir en la región un proyecto de reconstrucción del que Rubens supo sacar provecho, recibiendo numerosos encargos para la decoración de iglesias, casas y palacios de la burguesía. Su vínculo con la ciudad se consolida todavía más cuando el 3 de octubre de 1609 contrae matrimonio con Isabella Brant, una joven de dieciocho años hija de Jan Brant, uno de los hombres más ricos y cultos de la ciudad. Para celebrarlo, el propio Rubens pintó un retrato de ambos en el que se muestran elegantemente vestidos, cogidos de la mano. Una enorme madreselva, símbolo del amor eterno,  sirve de fondo y complementa la estampa de una pareja feliz y enamorada.

Su ascenso social y su carrera artística se muestran imparables, cobrando por sus pinturas unas cifras inalcanzables para el resto de pintores. En 1610 la pareja compra una casa con terreno en el Wapper, una de las zonas más elegantes de la ciudad. Entre 1616 y 1621, Rubens transformó aquella vivienda en un palacio italiano, diseñando él mismo los planos y poniendo en práctica todo lo aprendido de la arquitectura italiana. A la vivienda original, añade una galería semicircular de estatuas, un estudio, un pórtico inspirado en los arcos de triunfo, una hermosa fachada en el patio, una logia y un bello jardín. Además, la vivienda disponía de un espacioso taller donde trabajaba el maestro con sus ayudantes, una amplia biblioteca y una sala donde guardaba sus colecciones de arte. La Rubenshuis encarna sus ideales artísticos, que podemos resumir en el amor por la antigüedad clásica y el renacimiento italiano. La casa, que no se parece a ninguna de la ciudad, “suscita la atención de los extranjeros y la admiración de los viajeros”, escribe el secretario municipal de Amberes en 1620.

P.P. RUBENS. Rubenshuis (1616-21). Amberes
Fachada de la vivienda al jardín
Las columnas rústicas y la logia que construyó en el jardín de su casa en Amberes, sugieren el conocimiento por parte de Rubens tanto de las construcciones de Vignola, como las puertas del Palazzo Bocchi, en Bolonia, y la Villa Giulia, en Roma. Estas ideas, es verdad, también pudo haberlas tomado perfectamente del tratado de Serlio, de hecho la logia de la Rubenhuis está basada sobre la serliana, el célebre motivo popularizado por el arquitecto romano, sin embargo, Blunt opina que el diseño de Rubens está más próximo al de Vignola que al de Serlio.

                Para el magnífico pórtico Rubens tomó como referencia un arco de triunfo romano, aunque la idea del vano central, con sus esquinas recortadas, de inspiración manierista, está tomado de la Porta Pía de Miguel Ángel, en Roma. En su decoración, incluyó toda suerte de motivos clásicos, así como citas de autores como Juvenal sobre la vanidad de las aspiraciones humanas, que muestran su concepción neoestóica de la vida, en línea con buena parte de los humanistas flamencos con los que se relacionaba Rubens, como Justo Lipsio, Ludovicus Nonnius o Gaspar Gevaerts. Bajo el pórtico colocó dos dioses del Olimpo, Mercurio, el dios de los pintores, a la izquierda, y a la derecha, Minerva, la diosa de la sabiduría, que parecen transmitirnos el mensaje de que la casa es un templo del conocimiento, dedicado al arte de la pintura.

P.P. RUBENS. Rubenshuis (1616-21). Pórtico
                La muerte de Isabella en 1626 dejó a Rubens destrozado, como pone de manifiesto en una carta escrita a Peirese, uno de sus íntimos amigos. Para superar la pérdida se dedica a viajar y ejerce funciones diplomáticas. Es precisamente ahora cuando visita España y conoce a Velázquez. Cuatro años más tarde, en 1630, Rubens, de cincuenta y tres años vuelve a casarse. La elegida es Hélène Fourment,  una hermosa y jovencísima muchacha de tan sólo dieciséis años, hija de un próspero comerciante de arte. En las pinturas de Rubens hay numerosos testimonios de la opulencia y sensualidad de Hélène, ya que son sus rasgos los que le sirven de inspiración para construir su ideal de belleza femenina en la mayor parte de sus obras de esta época. Precisamente, en una de ellas, El jardín del amor, aparece representada como la joven que Cupido empuja a los brazos de un caballero, venciendo su resistencia a sumarse a la sensual historia que se describe. Pero lo más interesante es que la idílica escena aparece enmarcada arquitectónicamente en la propia casa y jardín del pintor, donde ambos se habían instalado tras el matrimonio.

P.P. RUBENS. El jardín del amor (1630-35). Museo del Prado, Madrid


                A la muerte de Rubens, en 1640, su viuda siguió ocupándola durante varios años con los cinco hijos del matrimonio, y continuaría haciéndolo después de volverse a casar con un rico aristócrata. Más tarde la familia se trasladó a Bruselas y,  en 1648, se la alquiló a William y Margaret Cavendish, futuros duques de Newcastle, que se habían refugiado en Flandes durante la guerra civil inglesa. Cuando estos abandonaron la casa, en 1660, los herederos de Rubens la vendieron, y permaneció sin grandes alteraciones  hasta la segunda mitad del siglo XVIII en que fue muy transformada, como evidencian dos grabados de Jacob Harrewjin de 1684 y 1692, las ilustraciones más antiguas que poseemos de la Rubenshuis. 

(CONTINUARÁ)

lunes, 15 de septiembre de 2014

Peter Paul Rubens, arquitecto (2ª parte): Rubens y la arquitectura italiana

P.P. RUBENS. Retrato de Maria Serra Pallavicino (1606)
Kingston Lacey, Dorset
                Cuando en 1600 Rubens viaja a Italia era un joven de veintitrés años, con la intención de completar su formación de pintor y conocer de primera mano las grandezas artísticas no sólo de la antigüedad romana y los tesoros del Renacimiento, sino también el estudio de sus contemporáneos italianos.  El contacto con la opulencia colorista de los maestros venecianos, Tiziano sobre todo, pero también Tintoretto y Veronés; la fuerza de Miguel Ángel y de los escultores clásicos; el sentido de la composición de Rafael; la exuberancia de los brillantes murales de Anibal Carracci, en la cima de su carrera; e incluso el enfoque innovador de Caravaggio, supusieron una experiencia inolvidable para Rubens, decisiva para terminar de aprender el oficio de pintor y ayudarle a encontrar un lenguaje propio con el que fascinó a sus contemporáneos.

                En Italia pasó ocho años al servicio de Vincenzo Gonzaga, Duque de Mantua, quien le concedió una gran libertad que le permitió recorrer la península italiana, pasando entre otras ciudades por Roma, Florencia, Venecia y Génova. En esta última pasó bastante tiempo durante el año 1606, pintando los suntuosos retratos de algunos de los miembros de las familias más distinguidas de la ciudad, como los de la marquesa Brígida Spínola-Doria y el de María Serra Pallavicino, auténticas obras maestras del género. Pero Rubens se mostró sumamente interesado por la arquitectura y aprovechó su tiempo en la ciudad también para dibujar y tomar apuntes de algunos de sus palacios, villas e iglesias, con los que años más tarde, ya en Amberes, publicaría un libro en dos volúmenes que tituló Palazzi di Genova (1622) en el que se incluyen 139 dibujos de alzados, secciones y plantas. La obra ejerció una gran influencia, no sólo en Flandes, sino también en otros países como Inglaterra, Alemania y, en general, en todo el norte de Europa, ayudando a popularizar este tipo de arquitectura.

Fachada del Palacio del Sr. Enrico Salvago.
Fig. 33 Palazzi di Genova
Este libro  constituye una de las primeras pruebas del interés de Rubens hacia la arquitectura y, concretamente hacia la italiana. En la introducción el propio autor explica la intención que persigue, que no es otra que contribuir a la erradicación de la arquitectura gótica, que al igual que Vasari califica como bárbara, e impulsar el retorno de la arquitectura clásica. En el último cuarto del siglo XVI, los disturbios religiosos y civiles que asolaron Flandes interrumpieron prácticamente toda actividad constructiva, así que, cuando Rubens parte hacia Italia en 1600, el renacimiento, en lo que a arquitectura se refiere, puede decirse que apenas si había rozado a los Países Bajos. Las únicas obras notables que se habían construido hasta entonces siguiendo el estilo habían sido  el Ayuntamiento de Amberes, con diseño de Cornelis Floris de Vriendt, y el palacio levantado por Sebastian van Noyen para el Cardenal Granvelle, en Bruselas. El primero mezclaba elementos flamencos e italianos, mientras que el diseño del segundo era una adaptación de los cuerpos inferiores del patio del Palacio Farnese de Antonio da Sangallo.

De la arquitectura genovesa le llamaron la atención especialmente dos cosas. La primera, que a diferencia de los palacios venecianos que desplegaban toda su grandeza en espléndidas fachadas, los genoveses la reservaban para el interior. La segunda, que los interiores estaban pensados no sólo con un sentido ornamental, sino que tenían muy en cuenta las necesidades de quienes los habitaban, y por tanto eran más cómodos y atractivos, ya que proporcionaban a sus moradores una forma de vida más razonable y civilizada, otro rasgo más de modernidad que no escapa a su observación. Todas estas consideraciones  las tendrá muy presentes cuando diseñe su propia mansión en el lujoso barrio del Wapper, en Amberes.

Pero la influencia de la arquitectura italiana en Rubens va más allá de la arquitectura genovesa, ya que fue sobre todo de lo que vio en Roma de donde tomaría su inspiración, de los edificios de la antigüedad clásica y, sobre todo, de la arquitectura de su propia época, como pueden verse en los edificios que incluye en muchas de sus pinturas. De los arquitectos modernos, dice Blunt, no parece  muy interesado ni en Bramante ni en Palladio, cuya obra debió haber visto en Roma, Vicenza o Venecia. Sus preferencias parecen inclinarse, en cambio, por Vignola,  Miguel Ángel y Maderno, plenamente activo este último durante la estancia romana de Rubens.

Fachada del Palacio del Sr. G. B. Balbi. Fig. 21 de Palazzi di Genova
De la arquitectura de Miguel Ángel lo que más le atrajo fueron sus últimas obras, las más manieristas y revolucionarias, como la Porta Pía de Roma, con las esquinas superiores cortadas, que reproduciría tantas veces en muchas de sus pinturas, en algunos de los diseños de la Pompa Introitus, y  en la puerta entre el patio y el jardín de su casa de Amberes. La huella del genio florentino no se limita únicamente a estos préstamos directos, dice Blunt, sino que lo más interesante es que Rubens con frecuencia inventa combinaciones de formas arquitectónicas que no copian, sino que recogen íntegramente el espíritu de las últimas obras de Miguel Ángel, desarrollándolas muy imaginativamente e incorporándoles una vivacidad que le acerca mucho a la arquitectura plenamente barroca de Borromini y Pietro da Cortona

(CONTINUARÁ).


lunes, 1 de septiembre de 2014

Peter Paul Rubens, arquitecto (1ª parte)

GUILLAUME WILLIAM GEEFS
Monumento a Rubens (1840), Amberes
Evocar el nombre de Rubens es trasladar a nuestra memoria el de uno de los más grandes maestros de su tiempo y protagonista indiscutible de la pintura europea del siglo XVII. La importancia de su obra y su influencia en la evolución de la pintura es universalmente reconocida. Tras él dejó una legión de seguidores. En su formación como pintor resultó decisivo su paso por Italia, donde llega en 1600. Allí su pintura se impregna por completo de la luz y el color de los maestros venecianos, con Tiziano a la cabeza, pero también de la sensualidad y exaltación pasional de la alegría de vivir que irradian los frescos de los Carracci. Sus cuadros desprenden un optimismo, una felicidad, un sentido de la composición y una fuerza que parecen naturales, como su propia forma de pintar, sin esfuerzo aparente. No hay que llamarse a engaños porque tan sólo es eso, aparente, ya que tras ellos se esconde el trabajo exhaustivo y metódico de un trabajador incansable. Dedicaba diariamente horas y horas a la pintura al frente de un taller del que formaron parte pintores de la talla de Anton van Dyck, Jacob Jordaens, Brueghel de Velours, Frans Snyders, y un largo etcétera.

La pintura, sin embargo, no fue el único arte por el que se interesó el artista flamenco. También se movió en otros terrenos, como el diseño de estampas, los tapices, objetos decorativos e, incluso, arquitecturas. Este último es uno de los aspectos menos difundidos de su talento, y encuentra su justificación en el escaso número de obras que realizó. En realidad, sólo se conserva la Rubenshuis, su propia casa en Amberes, ya que muchos de sus diseños arquitectónicos pertenecen a lo que llamamos arquitecturas efímeras, construcciones erigidas con motivo de alguna ceremonia o entrada triunfal de los gobernantes, cuyos dibujos se encargó de recoger en la edición de un libro titulado Pompa Introitus.  Se especula también sobre cuál fue exactamente el alcance de su participación en San Carlos Borromeo, la iglesia de los jesuitas en Amberes. Por último, publicó un libro de grabados de palacios genoveses titulado Palazzi di Genova. En la introducción de esta obra él mismo se presentaba como pintor y arquitecto, una definición que llamaba la atención por su modernidad y, al mismo tiempo, una evidencia notable del interés que sentía por la arquitectura. Ese interés no pasó desapercibido, y Teodoro Ardemans (1661-1726), por ejemplo, escribe junto al nombre de Rubens, “grandísimo pintor fresquista y arquitecto”[1], en una lista de artistas españoles y extranjeros. De ese Rubens menos conocido, el arquitecto, es del que hoy queremos hablar.

                Los que conocieron y trataron a Rubens coinciden en afirmar de su enorme erudición en literatura y arte, no sólo de la pintura del Renacimiento y de su época, sino también de la escultura y la arquitectura. Estos saberes los completaba con amplios conocimientos de filosofía, teología y emblemática, es decir, del estudio y significado simbólico de diferentes obras de arte, que ponía en práctica a la hora de ejecutar sus pinturas.

PETER PAUL RUBENS. Rubens, su esposa Helena
Fourment y su hijo Peter Paul
(h. 1639)
Metropolitan Museum of Art, New York
Su padre, Jan Rubens, un abogado formado en Roma y Padua,  procuró dar a sus hijos una esmerada y exquisita formación de carácter humanista, inusual para un artista de la época. Peter Paul y su hermano Philip, que llegó a ser un destacado humanista, tuvieron como primer maestro a Rombout Vedonk,  un latinista en cuya escuela de Amberes ingresaron en 1589. Allí aprendieron retórica, gramática, latín y griego, conocimientos que amplió luego con los de historia y poesía, así como el dominio del italiano y del francés. La correspondencia que se conserva demuestra el buen manejo de estos idiomas por parte de Rubens, pero también su  excelente educación y formación, de sesgo clasicista y católica. De su elegancia y aspiraciones sociales encontramos muestras abundantes tanto en su biografía como en su propia pintura. Bellori cuenta de él “que solía llevar cadenas de oro al cuello y cabalgar por la ciudad como el resto de los caballeros y las personas con título”. Gozó de la amistad y los reconocimientos de los reyes más poderosos de su tiempo. Actuó como embajador de España en la corte de Carlos I de Inglaterra, y consiguió que ambos reinos firmasen la paz en 1630. El monarca inglés le concedió el título y el escudo de caballero ese mismo año, y un año después hizo lo propio el rey Felipe IV, a petición de la archiduquesa y gobernadora de Flandes, la Infanta Isabel Clara Eugenia, que recordó a su tío el precedente de Carlos I con Tiziano. También su pintura nos deja ver esta faceta social de Rubens, especialmente en sus retratos familiares, con sus esposas e hijos, en los que traslada la imagen de una familia que había adoptado por completo las costumbres y vestimentas de las clases más privilegiadas.

Tanto su educación, como el ambiente cultural y social en el que se mueve Rubens,  ofrecen pistas sólidas para entender sus gustos arquitectónicos, que deben mucho al estilo manierista de la arquitectura italiana de las últimas décadas del siglo XVI, aunque su tratamiento de los elementos arquitectónicos, recuerda Blunt, muestra mayor originalidad, sofistificación y eclecticismo.

(CONTINUARÁ)



[1] Teodoro Ardemans. Declaración y extensión, sobre las Ordenanzas, que escrivió Juan de Torija, Aparejador de obras reales, y de las que se practican en las ciudades de Toledo y Sevilla, con algunas advertencias a los Alarifes, y Particulares, y otros capítulos añadidos a la perfecta inteligencia de la materia; que todo se cifra en el govierno político de las fabricas. En Madrid, por Francisco del Hierro, 1719.
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