domingo, 20 de marzo de 2011

La escuela veneciana de pintura en el Renacimiento

GIOVANNI BELLINI. Piedad (1460). Pinacoteca Brera, Milán.


Durante los inicios del Renacimiento, en el siglo XV, podría decirse que Venecia se mantuvo al margen de las corrientes renovadoras del arte que se impulsaban en otras regiones de la península italiana. Mientras el resto de ciudades vecinas padecen estos años continuas luchas internas, Venecia ve transcurrir el tiempo apaciblemente a medida que la riqueza de la ciudad crece, en esa singular geografía de canales e islas en mitad del mar.

Quizá por sus constantes relaciones con Oriente, la huella del arte bizantino se hizo más duradera en la ciudad de los canales, hasta el punto que cabe pensar que era más una colonia espiritual de Bizancio que una provincia de la nueva Italia del Renacimiento. No será hasta la caída de Constantinopla que podamos decir que se desarrolla un arte veneciano, que tendrá en la pintura su máxima expresión. Desde sus comienzos la pintura veneciana abrió nuevos horizontes, dando una importancia singular a la luz y el color, que junto con el gusto por lo anecdótico, se convertirán en sus señas de identidad. 

TINTORETTO. San Jorge y el dragón (1555-1558). National Gallery, Londres


En el siglo XV, la pintura veneciana aparece asociada a los nombres de Pisanello, Alvise Vivarini, Carlo Crivelli, Antonello de Mesina y Vittore Carpaccio y, por encima de todos ellos, la dinastía de los Bellini: Jacopo Bellini y sus dos hijos Gentille y Giovanni, a quienes corresponde el honor de consagrar el triunfo de esta forma de entender la pintura. Aunque será en el siglo XVI, de la mano de Giorgione, Tiziano, Palma el Viejo, Lorenzo Lotto, Giovanni Girolamo Savoldo, Alessandro Moreto, Giambattista Moroni, Paolo Veronés y Tintoretto cuando la pintura veneciana alcance su plenitud y se convierta en toda una revolución pictórica. Es ahora cuando "el dibujo acaba perdiéndose ante el empuje de la pincelada, ancha y decidida. Y en Venecia se ensaya un procedimiento muy moderno, el de hacer vibrar los colores hasta el punto que resulta difícil definir el tono. Las calidades alcanzan un efecto grandioso" (J.J. Martín González, Historia del Arte, vol. 2).

La transcendencia y la importancia de la pintura veneciana del Renacimiento para el desarrollo del arte en los siglos siguientes la resume magistralmente Francisco Calvo Serraller en este texto:

Marcada por su vocación oriental, los dorados fondos de sus pinturas le dieron un toque arcaico, que, no obstante, sirvieron asimismo de acicate para lo que constituyó su primera seña de identidad moderna: el color. Quizá el uso brillante del color por sí mismo, como mera expresión del ornamento más suntuoso, no habría tenido más valor que el meramente anecdótico, la vistosidad de las exóticas mercaderías que poblaban sus muelles, procedentes de los lugares más lejanos. A partir del siglo XV Venecia, sin embargo, no sólo fue asimilando los principios doctrinales del arte moderno, sino que sirvió de correa de transmisión entre la pintura del norte y la que se estaba simultáneamente fraguando en la península italiana. De manera que sus pintores eran científicos, eran realistas y sobre todo aportaron un nuevo sentido sensual y dramático al arte, que enseguida resultó potencialmente revolucionario. De Giovanni Bellini a Tiziano, la pintura cobró un nuevo horizonte, en el que los sentidos no eran lo opuesto al conocimiento, sino su fuente principal. A partir del siglo XVI los maestros venecianos abrieron la senda moderna al naturalismo, fuente principal de las mejores escuelas pictóricas del siglo XVII y, por supuesto, la base del arte de nuestra época. En este sentido, sin Venecia resulta incomprensible el desarrollo de la Escuela Española, como se pone de manifiesto precisamente con sólo recorrer la colección del Museo del Prado.


TIZIANO. Dánae recibiendo la lluvia de oro (1553). Museo del Prado, Madrid

El naturalismo veneciano trastocó, en primer lugar, el fundamento de la pintura, al situar el color al mismo nivel que el dibujo; esto es: convirtiendo la imagen pintada no sólo en una composición conceptualmente descifrable, sino en una impresión; no sólo en una idea, sino en un efecto arrebatador. En segundo lugar, espontáneamente revolucionó la jerarquía de los géneros, reivindicando el paisaje, el retrato y las escenas de costumbres, cuya importancia histórica no dejó de crecer en los siglos sucesivos. Es cierto que la etapa dorada de la pintura veneciana alcanzó su cénit durante el siglo XVI, pero ni el indeclinable hundimiento político y económico de la república impidió que brotaran nuevos genios todavía en el siglo XVIII, como G.B. Tiépolo, o esos especialistas "menores" de las vedute, como Canaletto o los Guardi, o los costumbristas al estilo de Pietro Longhi.

En cualquier caso, además de los grandes maestros locales, como los Bellini, Giorgione, Lotto, Tiziano, El Greco, Veronés o Tintoretto, la fuerza pictórica de Venecia consistió en haberse convertido efectivamente en un manantial de inspiración moderna, que irradió por toda Europa occidental hasta el surgimiento de nuestra época, y sobre todo durante el desarrollo de ésta. Es difícil hallar un sólo pintor del XIX que no haya mirado a Venecia, empezando por Delacroix, pero cogiendo también de lleno a Manet. No se trata, así pues, como indicó Ramón Gaya, de que Venecia resulte, gracias al pasado glorioso y a su emplazamiento físico excepcional, un lugar "pintoresco", sino que encarna la esencia de lo pictórico, el ser de la pintura; que es, en fin, "manantial de pintura", su más plena reverberación luminosa.
 Francisco CALVO SERRALLER, Venecia, "manantial de pintura". En Tiziano y el legado veneciano (Barcelona, 2005)

Las fotografías de esta entrada han sido tomadas de Web Gallery of Art.

Os dejo también a continuación una presentación sobre la pintura veneciana elaborada por el IES Julio Caro Baroja, de Fuenlabrada, con una selección de obras y autores.

domingo, 6 de marzo de 2011

"Vincent", de Don McLean

Portada del LP American Pie, de Don McLean
Entre los meses de mayo y junio del año 1971,  un joven cantautor norteamericano se encerraba en los estudios de la United Artists Records para grabar un puñado de canciones que se iban a convertir unos meses más tarde, en octubre, en su segundo LP.  Muy pocos conocían entonces a Don McLean, y lejos estaba él de imaginar  el revuelo que iba a causar aquel álbum, y especialmente la canción  American Pie, que también daba título al mismo. No recuerdo ninguna otra canción en la historia de la música popular contemporánea que haya generado tantos debates, tantas preguntas, tantos interrogantes sobre el significado de sus versos.  Cuarenta años después, el resultado se traduce en libros enteros dedicados a analizar la canción y los aspectos sociales, culturales y políticos a los que se refiere y en los que se produce, y todavía hoy la intensidad  del debate puede seguirse en los nuevos canales de comunicación que proporciona internet.

En el corte número tres del disco, McLean incluía también otra canción destinada a convertirse en emblemática, Vincent, dedicada al pintor Van Gogh, y que, editada en single, pronto alcanzaría el número 1 en las listas de éxitos en el Reino Unido y escalaría hasta el 12 en las de Estados Unidos. El Museo Van Gogh, en Amsterdam, saluda diariamente a sus visitantes con esta canción, que se ha convertido así en una especie de himno oficioso del pintor holandés y que algunos conocen como Starry, starry night, que son las palabras con que comienza.

Portada del single Vincent, de Don McLean
La idea de escribir sobre Van Gogh, se le ocurrió a McLean en el otoño de 1970, en una época en que trabajaba como profesor en una escuela de Massachussets. Una mañana, impresionado por la biografía de Van Gogh que estaba leyendo, sintió el impulso de escribir una canción sobre el pintor en la que se identificaba con su dolor y sufrimiento. McLean convierte la locura de Van Gogh en incomprensión de los demás, incapaces de percibir el mundo con la mirada sensible del holandés y sordos ante el mensaje que nos envía a través de sus pinturas. Cogiendo lo que tenía más a mano, una bolsa arrugada de papel, McLean se sentó en el suelo con su guitarra y una reproducción de la famosa Noche estrellada, y escribió la canción. Con su extraordinaria forma de cantar, el lirismo y la sensibilidad habitual de sus composiciones, McLean traza un retrato de la obra y la vida del artista, que no se limita al cuadro mencionado, sino que incluye numerosas referencias a los temas, los colores y las formas habituales en las obras de Van Gogh, así como el efecto que causan, al menos en el compositor.

Aquí teneis un montaje de la canción para que disfruteis de ella, con subtítulos en español e imágenes de pinturas de Van Gogh.


En el blog de Luis Beltrán podeis encontrar la letra en inglés y su traducción al español. Para conocer algunos detalles más sobre la canción y su autor, lo mejor es que visiteis la página oficial de Don McLean, o este artículo de The Telegraph de febrero de 2010.
Related Posts with Thumbnails